18.Diciembre.2017
COMPRAS, COMPRAS, COMPRAS…
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No puedo evitarlo, pues cada año es lo mismo o incluso diría que peor. Esta época se convierte en una carrera contra el tiempo para ver cómo nos gastamos el aguinaldo más rápido, o para ver quién gana en inventar más excusas para gastar dinero: intercambios de regalos, cenas, comidas, bebidas, decoración navideña, etcétera, etcétera, etcétera…

Lo confieso: detesto el consumismo desesperado que caracteriza esta época, los excesos de comida y bebida, los precios abusivos en los comercios. Si eso hace de mí un “grinch”, entonces lo asumo: lo soy.

Hace muchos años, cuando yo era niña, el 24 de diciembre era una cena familiar preparada por mi abuela, que desde mediados de noviembre engordaba un guajolote en el patio de la casa al que sacrificaba la víspera, no sin antes emborracharlo con vino jerez “para que no sufriera”. El 31 era una fecha para reunirnos nuevamente, brindar por el año nuevo, y despedir con el recuento de los daños, pero también de las bendiciones, el año que terminaba.

En mi familia, los pretextos para reunirnos en torno a la mesa siempre abundaron, y la comida también, por lo que estas fechas no eran tan especiales. A los niños nos gustaban porque siempre había regalos en el arbolito, además de las visitas de Santa Clos y Los Reyes, y las tradiciones como las ramas, las colaciones y las piñatas en las posadas, o los dulces en las ceremonias de “acostamiento” del Niño Dios.

Pero en estos “tiempos difíciles”, los centros comerciales se han encargado de desvirtuar el sentido de la época, e inmediatamente después de los Altares de Muertos comienzan a decorar los escaparates con motivos navideños, y han convertido la temporada en una carrera de compras sin límite.

No sé a ustedes, pero a mí desde la segunda quincena de noviembre no dejó de sonarme el teléfono con ofertas de “créditos especiales”, aumento en el límite de crédito que manejo, o bien ofertas de comprar ahora y empezar a pagar el próximo año…Todo esto ha provocado que para muchas personas, la Navidad haya perdido su sentido original, y todos nos subamos a la marea de comprar, comprar, comprar…

Tal vez lo peor de esta conducta compulsiva es el ejemplo que damos a los niños. Hoy los niños clasemedieros piden y piden de manera desorbitada, porque saben que recibirán eso y más, sin que les preocupe en lo más mínimo que 21 millones de niñas y niños en el país no recibirán nada, porque sus padres ganan menos del salario mínimo, o están desempleados, y no recibirán ningún aguinaldo.

¿Cómo podremos volver a la cordura, a lo sencillo, al reencuentro familiar, a la alegría de celebrar un año más, a la concepción de los regalos simplemente como un complemento de la felicidad de ser y estar juntos con aquéllos que más amamos?

Ojalá y podamos convertirnos en este tipo de modelo para las generaciones que nos siguen, para que puedan hacerse más humanos y entender que lo importante de la navidad está en cosas que definitivamente no se pueden comprar.

¡Hasta la próxima!


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