16.Diciembre.2016
DÉFICIT DE NATURALEZA
Por
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Cercano a mi ciudad, en las inmediaciones de Perote, existe un rancho silvícola que en esta temporada, además del corte y venta de arbolitos navideños (comentario al margen: detesto esa tradición por ecocida), ofrece la posibilidad de pasar un día en la montaña, en medio de los árboles, respirando ese aire purísimo, conviviendo con algunas especies de montaña.

Creo que todos necesitamos hacer ese ejercicio frecuentemente: pasear por el bosque, la playa, el río, alejarnos de la ciudad y disfrutar la naturaleza en estado puro. Pero si alguien lo necesita verdaderamente como una condición para el sano desarrollo físico y mental, son los niños
.
Hay estudios sobre lo que este “trastorno de déficit de naturaleza” puede provocarnos, pero sus repercusiones son aún más graves para un pequeño cuerpo en desarrollo: falta de concentración, dificultades respiratorias, alergias, déficit de vitamina D, ansiedad.

Y es que, en estos “tiempos difíciles”, muchos niños preescolares y de primaria pasan menos tiempo al aire libre, que los presos en cárceles de alta seguridad. Pasan todo el día encerrados entre cuatro paredes: las de su casa, las de la escuela, las del auto en los traslados de un día a otro …

La dificultad de conciliación de la vida familiar con el trabajo, hace que los niños y niñas asistan cada vez más a actividades extraescolares, para ocupar el tiempo hasta que sus padres puedan encargarse de ellos.

Mucho hemos hablado en esta columna de la proliferación de tecnología sin control, que hace que los chicos pasen horas y horas sentados frente a una pantalla, en lugar de jugar en patios y jardines.

Y finalmente, nuestros hábitos producto de esta sociedad de consumo, donde los niños y los jóvenes prefieren pasar su tiempo libre en un centro comercial, antes que en un río, el mar o cualquier lugar campestre.

Pero los niños necesitan, requieren, piden a gritos baños de inmersión en la naturaleza: trepar los árboles, jugar con agua y tierra, ramas y piedritas, escuchar los pájaros, distinguir los olores en el campo, respirar libremente…

El contacto directo con la naturaleza favorece la autonomía, la creatividad, el interés por aprender, y ayuda a tener una buena salud física y mental. Nuestro sistema nervioso no está diseñado para este alejamiento de la naturaleza y para vivir únicamente en espacios artificiales.

La naturaleza proporciona equilibrio y tranquilidad a las personas. En el contexto urbano ocurre lo contrario. Tal vez también por eso el ambiente emocional en las ciudades se satura y siente más violencia.

El trastorno de déficit de naturaleza existe, y se relaciona con muchas enfermedades y desajustes de la salud: obesidad, enfermedades respiratorias, hiperactividad y falta de vitamina D, stress y ansiedad, y uso disminuido de los sentidos.
Aprovechemos entonces esta temporada vacacional decembrina, y planeemos además eventos y salidas familiares que nos permitan recuperar el contacto con la naturaleza.

¡Hasta mañana!


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